Tesón, tesón, tesón, para llegar a la
siempre pretendida perfección. Treinta años de dedicación, de
depuración, una a una, de las vanguardias pictóricas resumen una
trayectoria, la de Marcial Villamediana, que no ha conocido fronteras, ni
artísticas ni geográficas. Las puertas le abrieron la sempiterna vecina
amiga, Francia, donde París le brindó un espacio en el Salon Bienal de
1989, y el horizonte del gran charco se le aproximó con su participación
en la séptima edición de la International Art Competition "New York
1988".
Le siguieron nuevas aportaciones a
certámenes de Sevran, Ville de Grasse o la fílmica Cannes, donde
accedió al podio como finalista de la 26 edición del Grand Prix International
de Pintura de la Costa Azul. Aunque nunca rompió el eslabón de su
Castílla natal, y regresó para iniciar un circuito de muestras y
concursos por las capitales de Soria, Burgos o Salamanca, sin olvidar
pequeñas incursiones en provincias como Cantabria o Cuenca.
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Entregado en estos últimos cinco años a
revitalizar el arte, a veces encorsetado y anclado fuera de toda
Innovación, de su tierra, Marcial, como todos conocen a este palentino de
origen y condición, aplica su castellanía gallarda a su pintura, en la
que se vislumbra retazos de esta oriundez: su recia y entregada
exploración minuciosa del cromatismo y la limpieza del trazo.Pero, lejos de arraigarse en los óleos
paisajísticos de grana y verde tan manidos en estas, Villamediana
despliega una paleta de versatilidad de técnicas, que llega a dominar con
la pureza, en ocasiones humilde, del maestro. Surrealismo, simbolismo y
cubismo cobran tal fiereza y nitidez desparpajadas que llegan a rozar el
expresionismo más sereno.
Aunque la politecnia y el dominio del color
y la línea no tendrían mayor valor si no fuera por la dadivosidad de
este autodidacta, que no duda en extender su semilla artística por
cuantos le rodean. Valgan como simiente de nuevas maestrías como las que
Marcial exhibe en sus obras. |