LA CAPILLA Y EL PATRONO
En una sociedad donde lo religioso estaba tan presente, como es
la sociedad del Antiguo Régimen, personajes influyentes y familias
adineradas reservaban para si un espacio propio de culto en el
interior de los templos. Así, catedrales, monasterios y también
las pequeñas parroquias de muchos pueblos, contaron con capillas
cuyo uso y disfrute la Iglesia cedía mediante contrato a la persona
que lo solicitaba para sí y sus descendientes, transformándose en
el patrono de ella.
El patrono estaba obligado a la construcción -en su caso- o a la
reparación de la capilla y a costear su ornamentación,
fundamentalmente con la contratación del retablo y de las ropas y
vasos litúrgicos. Generalmente se separaba el espacio de la capilla
del resto del templo mediante una reja que también era costeada por
él. El escudo con las armas de la familia aparecía en la reja, en
el retablo, e incluso en los ornamentos, para patentizar ante el
resto de los ciudadanos la munificencia de los patronos.
Además de lo anterior, el patrono dejaba en rentas, sobre bienes
inmuebles o sobre dinero, una cantidad suficiente para que uno o
varios clérigos, los capellanes, dijeran un número estipulado de
misas por su alma y la de sus descendientes "por siempre
jamás". Tales rentas formaron una parte importante del
patrimonio eclesiástico durante siglos, aparte de permitir atender
las necesidades de renovación de imágenes y ornamentos de la
capilla, siempre bajo vigilancia de los sucesores del patrono.
Las obras de arte solían ser encargadas por el patrono en vida o
por sus sucesores si así lo habla indicado aquel en su testamento,
siguiendo bien su propio gusto bien el ejemplo de otros personajes
conocidos suyos a los que en ocasiones se intentaba emular. Una
parte importante del patrimonio artístico de nuestra región es
debido a las donaciones y a la fundación de capellanías por
nobles, clérigos, hidalgos, etc, nómina que se incremento con los
nombres de quienes habían hecho fortuna en el Nuevo Mundo.
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